Existen muchos productos y alimentos que llevan en su nombre un punto del planeta en el que no fueron ni inventados, ni cultivados, ni confeccionados; lugares en donde —a veces— ni siquiera los conocen.
Los cacahuates japoneses, por ejemplo, no son de Japón, sino del mercado de La Merced; y los tacos árabes fueron creados, sí, por un libanés… pero en Puebla.
Igual que estos dos casos, hay otros más que ejemplifican a los falsos adjetivos; la mayoría de ellos son gentilicios otorgados por usos y costumbres, aunque pertenezcan a una región distinta de aquella que los nombra.
Carne a la tampiqueña. Que no es de Tampico: el potosino José Inés Loredo fue el inventor de este platillo en la Ciudad de México. Loredo vivió muchos años en Tampico, Tamaulipas, donde fue mesero y presidente municipal —al mismo tiempo, ya que ganaba más dinero con las propinas que con el cargo público—.
A finales de los años 30 emigró a la capital en compañía de su hermano y tres socios, con quienes fundó el restaurante Tampico Club, que cobró fama por su Almuerzo huasteco, pero principalmente por su Carne a la tampiqueña, consistente en un delgado y alargado trozo de filete de res con guarnición de guacamole, frijoles refritos, rajas de chile poblano y enchiladas potosinas, para hacer honor al estado que lo vio nacer.
Corno inglés. Este instrumento musical de la familia de los oboes —o sea que no es un corno— obtiene su nombre de una confusión lingüística. Su país de origen no es Inglaterra, sino Francia, donde inicialmente se le llamó cor anglé, ‘corno anguloso’, por su forma ligeramente curvada en su extremo inferior.
La palabra anglé se entendió como anglais, ‘inglés’, y este nombre se le quedó para la posteridad. Por cierto, algo similar sucede con el corno francés, que ni es un corno ni es francés: se trata de otro instrumento de viento-metal llamado trompa, probablemente de origen belga.
Enchiladas suizas. Se llaman así porque los colores de sus ingredientes originales eran similares a los de la bandera suiza, pero en realidad son resultado de la creatividad mexicana. Su cuna fue un restaurante llamado Café Imperio, situado en la calle Tacuba del Centro Histórico de la Ciudad de México. Este lugar ya desapareció, pero el Sanborns de la Casa de los Azulejos guardó la receta y aún sigue sirviendo estas tortillas dobladas y rellenas de pollo deshebrado, bañadas en una salsa que no pica —pensando en los extranjeros—, cubiertas de crema y queso gratinado.
Filipina. Auguste Escoffier (1846-1935) fue al mismo tiempo «chef de reyes» y «rey de los chefs». A él se debe la actual organización —aséptica y casi militar— de las cocinas de grandes restaurantes, hoteles y trasatlánticos.
Una de sus muchas aportaciones es el actual uniforme de chef, formado por pantalones, gorro y una chaqueta que llamamos filipina, aunque no provenga de Filipinas. Se dice que Escoffier se inspiró en las camisas de los nativos de este país para crear esta prenda de doble solapa y mangas largas, que sirve para protegerse de posibles quemaduras y esconder en lo posible salpicaduras y manchas de alimentos. Total, que la filipina no es de origen filipino, sino francés.
Ni el helado ni el flan napolitanos se inventaron en Nápoles
Guayabera. Es una prenda de vestir masculina —considerada de etiqueta en países tropicales— que cubre la parte superior del cuerpo, ya sea con mangas cortas o largas. Adornada con pliegues verticales y bordados, se fabrica en tejidos de algodón, lino, seda o telas sintéticas.
Su país de origen es Cuba, donde se le llamó en un principio «yayabera» —por provenir de la zona del río Yayabo—, pero el nombre fue cambiando porque sus usuarios guardaban guayabas en las bolsas; ésta parece ser la única relación que tiene la prenda con la fruta. La guayabera llegó a México por Mérida, Yucatán, donde fue popularizada por el comerciante de origen español Pedro Mercader.
Postres napolitanos. Ni el helado ni el flan napolitanos se inventaron en Nápoles. El helado lo crearon inmigrantes italianos en los ee.uu., inspirados en los tres colores de la bandera de su país —verde, blanco y rojo—, pero usando los sabores de helado más populares entre los yanquis: fresa, vainilla y chocolate. En cuanto al flan, históricamente fue inventado por los antiguos romanos, pero en México se le agregó queso y tal vez por esto se le llamó así: flan napolitano.
Lechuga romana. Su nombre científico es Lactuca sativa y al parecer es originaria de Asia, pero como fue llevada a Europa por el Imperio romano, en el resto del Viejo Continente se le llamó popularmente lechuga romana y con este nombre llegó hasta nosotros.
Montaña rusa. Esta atracción indispensable de los parques de diversiones no se inventó en Rusia, sino en los ee.uu.; le pusieron ese nombre porque está inspirada en un juego infantil ruso del siglo xix; curiosamente, en Rusia le llaman Amyerikánskiye gorki —Америкaнские rорки—, ‘montaña americana’.
Pizza hawaiana. Esta variedad de pizza hecha con queso, jamón y piña no fue inventada en Hawaii, y ni siquiera los italianos disputan el crédito. Al parecer —esta hipótesis no ha sido comprobada— tiene su origen en Alemania y es la adaptación de un platillo del chef Clemens Wilmenrod, quien inventó la tostada hawaiana —un pan tostado con queso y jamón—, que se relaciona con la pizza por aquello de que lleva piña.
Sevillanas. A este par de obleas rellenas de cajeta y envueltas en papel celofán que dice «Las Sevillanas» se las puede reconocer por las dos españolitas, sello inconfundible de la marca. El dulce llamado sevillana no es de Sevilla, ni siquiera de España, es netamente mexicano. Las Sevillanas es una empresa fundada en 1959 por la familia Medellín, originaria de Matehuala, San Luis Potosí.
Sombrero Panamá. También conocido como de paja-toquilla, montecristi y jipijapa. Este tradicional accesorio con ala para la cabeza, que se hace con las hojas trenzadas de la palmera Carludovica palmata, nació en Cuenca, Ecuador.
El falso adjetivo de este objeto surgió durante la construcción del Canal de Panamá, en Centroamérica. Los trabajadores se cubrían de las inclemencias del sol con este sombrero tejido creado en Ecuador. El entonces presidente estadounidense Theodore Roosevelt lo usó cuando visitó las obras, lo que aumentó la popularidad de la prenda, que actualmente también se produce en Panamá.
Zapato zueco. Si este calzado proviniera de Suecia, lo más lógico sería que se escribiera con s, pero no es así. La palabra zueco viene del latín soccus, que quiere decir «especie de pantufla empleada por las mujeres y los comediantes». Estos zapatos hechos de madera son parte del traje típico de varias partes de Europa, como Inglaterra, España y la ya mencionada Suecia, pero la verdad es que cuando pensamos en ellos generalmente visualizamos a una holandesa en traje regional, quizá porque en este país son muy populares estos inconfundibles zapatones.
Acabamos este recuento con otro simpático ejemplo: el Parque Nacional Desierto de los Leones, en la Ciudad de México, que ni es un desierto ni habita en él ningún león. Es en realidad una zona boscosa con una extensión de 1 866 hectáreas.
Quizá su nombre se deba a que durante el periodo colonial el lugar estuvo en disputa por parte de cierta familia de apellido León. El calificativo desierto le fue impuesto porque la orden de Carmelitas Descalzos fundó en él un convento alejado del bullicio humano que sirvió de retiro y meditación cristiana.
Para consolarnos un poco de todos estos falsos adjetivos tal vez sirva comentar que los bacilos búlgaros sí son de Bulgaria, las morelianas de Morelia y la salsa mexicana de México.
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Texto publicado en Algarabía 112. En esta edición también encontrarás artículos sobre la literatura de Oscar Wilde, los niños malcriados y Leonardo da Vinci.