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Lo prohibido en la lengua I

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Por las razones que usted quiera, la sexualidad humana ha sido vista muchas veces —demasiadas quizá— como algo prohibido, como un tabú. ¿Y cómo se refleja una prohibición como ésta en el lenguaje, en lo que hablamos? O, mejor dicho, ¿en lo que callamos?

La lengua es un sistema perfecto y económico que nos permite, con pocos fonemas, —en español 23— formar un número ilimitado de ideas, conceptos, pensamientos y juicios, y por medio de la cual el Homo sapiens, otrora Homo habilis, ha podido desarrollar su cultura y su civilización.

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Es mediante ella que se hace patente que vivimos en
 un mundo de significados y de percepciones hechas paradigma, a las cuales estamos totalmente atados y circunscritos. Tal como lo han afirmado antropólogos y lingüistas, en principio la lengua está determinada por el entorno,1 Hipótesis Sapir-Whorf de Edward Sapir, El lenguaje. Introducción al estudio del habla, México: FCE, 1954. por aquello que es importante y relevante para la supervivencia de una comunidad. Es decir, la realidad conforma, deforma y moldea nuestra lengua y, al mismo tiempo, nosotros vemos la realidad de acuerdo con la lengua que hablamos.

La realidad conforma y deforma nuestra lengua, y a la vez, la lengua influye en nuestra forma de ver la realidad.

La lengua como espejo

Los hablantes de una lengua pensamos, vivimos y sentimos en ella, y no podemos ver el mundo que nos rodea sino por medio de las categorías o redes que nuestra lengua nos proporciona. Esto lo dice Kurt Baldinger2 Kurt Baldinger, Teoría Semántica, hacia una semántica moderna I, Madrid: Alcalá, 1970. claramente: «la lengua divide el mundo y nosotros recibimos con nuestra lengua materna esta imagen del mundo».

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Así, al conocer una lengua específica nos podemos dar cuenta de gran parte de lo que pasa por la mente de quienes la hablan. Porque tenemos tiempo y modo en los verbos, sabemos que para nosotros los mortales es importante el pasar de los minutos, el devenir, la conciencia de lo que viene y se va. «Soy un fue y un será y un es cansado» nos dice Quevedo, y «lo que un día fue no será» nos dice alguien más, y es que el pasado y el presente no son los mismos y menos a la luz del futuro.

Y también sabemos que es importante la forma o la manera en que hacemos las cosas, lo que nos sucede viene aparejado con la manera en que nos sucede y es ésta quizá más importante que el acto mismo. «Creer a pie juntillas» no es lo mismo que «creer fervientemente» o «creer con los ojos cerrados». «Yo creo» es distinto a «ojalá que yo crea» y más aún a «si yo creyera».

Las categorías o conceptos más importantes para 
el género humano hacen su aparición en la lengua, pues en ella vemos la forma de segmentar la realidad
 y el mundo de una cultura o de una civilización; así encontramos que hay lenguas como una variante del totonaco, en el que la acción tiene un sufijo que marca si la haces «de gorra» o no; que en la polinesia hay lenguas que tienen más de 20 palabras para el tramo del espectro de color que va del verde al azul; que en náhuatl existe el pronombre nosotros inclusivo —el hablante con el oyente— y el nosotros exclusivo
—el hablante con otros—; que en inglés «los pecados de la carne» pueden ser flesh sins o meat sins, porque no es lo mismo «comer carne en vigilia» que «fornicar»; que en el español de México el hablante se involucra en acciones que no le competen en sentido estricto, con frases —hilarantes para otros hablantes del español— como: «te me cuidas» o «el grande me le pega mucho a la chiquita» y una larga lista de etcéteras interesantísimos e inusitados.

El tabú y lo prohibido

La palabra tabú —que procede originalmente del polinesio tapú, y que pasó a los idiomas occidentales 
a través del inglés taboo— designa una conducta, actividad o costumbre prohibida por una sociedad, grupo humano o religión. Fue el célebre capitán
 James Cook quien introdujo este término al inglés, a fines del siglo xviii, en el relato de uno de sus viajes por los mares del sur, y con razón, porque en todas
 las sociedades humanas existen ámbitos, aspectos 
de la vida y formas de comportamiento —diversas 
en cada caso particular— sujetos a restricciones o prohibiciones, ya sean éstas de contenido religioso, económico, político, social o cultural en su caso.

La palabra tabú proviene del polinesio tapú.

De este modo y de acuerdo con sus creencias, cada cultura marca como tabúes diversas cosas: objetos que no se pueden tocar, animales que no se pueden matar y/o comer, personas con las que no se puede interactuar en alguna forma, textos que no se pueden leer o gestos y actitudes que no se pueden reproducir.

A grandes rasgos, estas prohibiciones se podrían clasificar en tres:

  1. Las que tienen que ver con la alimentación —como la dieta halal de los árabes y la kosher de los judíos, el vegetarianismo religioso de India y el canibalismo, entre otros.
  2. Las que tienen que ver con las actividades y relaciones del cuerpo —incesto, masturbación, sexo prematrimonial o extramatrimonial, pornografía, homosexualidad, zoofilia, pedofilia y un largo etcétera— y, en sentido indirecto, con la muerte y la enfermedad —quemar los cadáveres, no tocar a los leprosos, etcétera.
  3. Y, por último, las que tienen que ver con el lenguaje, la palabra y el pensamiento, lo que llamamos tabú lingüístico y que, de alguna manera refleja los dos anteriores y conforma la capa más superficial y a la vez más profunda de lo que pensamos prohibido.

En general, lo que se reprime y se vuelve tabú es lo que realmente constituye una pulsión para el ser humano, una tendencia, un deseo natural, como el incesto o el sexo; pero también aquello que le da horror o asco, como la enfermedad; o peor aún, aquello que siente tan cerca que se busca alejar lo más posible, como la muerte. Al prohibir algo, la cultura se protege de lo ajeno, de lo que la pudiera corromper, de lo inusitado, de lo extraño, de lo que considera peligroso o de lo que simplemente no quiere ver.

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Lo que se reprime y se convierte en tabú son los deseos del hombre, pero también lo que le da horror y lo desconocido.

En el caso del incesto, éste se considera un
 tabú ancestral que se ha combatido siempre y lo encontramos presente desde las civilizaciones más primitivas —incluso las más primarias que tienen una cultura básica como la del neolítico—, quizá no pueda ser rastreado, pero en origen, en esta prohibición hay
 un rasgo de supervivencia de la especie, aunado a un elemento de carácter económico. Se prohíbe el incesto no sólo para evitar problemas congénitos endogámicos sino, además, porque mientras más intercambios sexuales haya entre un núcleo y otro, mayores posibilidades de desarrollo tendrá el grupo humano en cuestión.

Lo individual, lo colectivo

Sigmund Freud3 Sigmund Freud, Tótem y tabú, obras completas (1913-1914), Buenos Aires y Madrid: Amorrortu, 1980. equipara estos tabúes de las culturas primitivas con aquellos que son particulares del individuo. Él afirma que, al entender los tabúes de manera antropológica, podemos comprender los nuestros de forma psicológica. Porque, aunque quizá en origen se halle en ellos indicios de pensamiento mágico, divino, demoniaco o maldito, como señala Wundt,4 Wilhelm Maximilian Wundt (1832-1920), filósofo y psicólogo alemán estudioso del tabú. también constituyen la representación más palpable de nuestros miedos: a la muerte, a perder nuestra condición, a la enfermedad, a la corrupción de nuestro medio, a lo otro, a lo prohibido, a lo ajeno, a lo desconocido.

Cada sociedad crea y debe respetar sus propios tabúes, que de acuerdo con Freud, para serlo, deben cumplir con cuatro elementos fundamentales:

Un carácter inmotivado.

Un convencimiento interno.

Una desplazabilidad —contagio a los demás miembros.

La inclusión de cierto rito o acción ceremonial.

Esto se aplica tanto para lo colectivo como para lo individual, porque cada persona, más allá del inconsciente colectivo, tiene sus tabúes personales hechos propios por herencia, influencia o convicción: personas que se prohíben a sí mismas masturbarse o decir malas palabras, o ser desordenadas, o no hacer ejercicio, o comer chocolate, o tener un amante, o no tenerlo, por ejemplificar con algo.

Pecado y transgresión

El pecado no es más que la prohibición o el tabú dentro de la religión, en él se ven reflejadas diversas tendencias y obsesiones grupales, porque lo que es pecado en una religión puede no serlo en otra. Estos preceptos son la forma que tiene la religión, la jerarquía o el Estado mismo, de controlar, de mantener el orden y de lograr la cohesión de un grupo social y pueden ir desde lo sexual hasta la comida: si para una religión comer carne de puerco o carne con leche es pecado —es decir, implica la quebrantación de la ley divina y por lo tanto un castigo— para otra lo es el tener relaciones prematrimoniales o leer ciertos libros y para otra más el usar el pelo suelto o el trabajar en viernes; es decir, cada hito religioso implica distintas formas de pecado.

Como muestra tenemos las prohibiciones del catolicismo que sólo permite tener sexo para procrear, por lo que usar condón o cualquier otro anticonceptivo está prohibido, o la religión musulmana, en la que la mujer es la fuente del pecado, provoca deseo intrínsecamente y por ello no debe mostrar su rostro y menos su pelo.

El tabú no se debe transgredir, pero es en la transgresión donde se entiende y se conforma. El que viola un
 tabú en la comunidad da el mal ejemplo a los demás, porque tienta a que otros lo violen, a que despierte en ellos la pulsión5 Las pulsiones son fuerzas de naturaleza inconsciente que motivan la conducta de los hombres; provienen de lo corporal, pero han sido mediadas por nuestras imágenes inconscientes. de ceder ante lo prohibido. Esta transferibilidad del tabú refleja la inclinación de la pulsión inconsciente de la que todos somos parte.

El hombre que violó un tabú se vuelve él mismo un tabú porque está corrompido, y aun cuando el placer de violar el tabú subsiste en él, inconscientemente deberá vivir con una ambivalencia entre el ser y el deber ser, entre lo que quiere y lo que debe hacer.

Quien viola un tabú corrompe al resto de la comunidad, pues los incita a hacer lo mismo.

Por ello y para evitar la propagación de la transgresión y la violación de las reglas de la comunidad, el transgresor debe ser castigado públicamente, o «excomulgado», es decir, expulsado de la comunidad en cuestión. Ícaro transgredió al equipararse al Sol, lo mismo que Prometeo al traer el fuego, Sísifo, Tántalos, y muchos más rompieron las reglas y por ello fueron castigados a vista del resto.

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Esta transgresión se llama herejía en el ámbito católico y reside sobre todo en la tergiversación de la teología o dogma ortodoxo,
 y por ella han sido excomulgados, estigmatizados, torturados y ejecutados los arrianos, los cátaros, los maniqueos, los gnósticos y personajes como Giordano Bruno, Juana de Arco, Miguel Servet, Berengario de Tours, Marsilio Ficino o Martín Lutero, sólo por enlistar algunos de cientos de miles más.


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