Hay un cuestionamiento muy común en nuestro país—especialmente en esta ciudad—, sobre si los mexicanos hablamos «bien» o «mal» y justamente es a nosotros los lingüistas a los que nos suelen hacer esa pregunta. Quizás esto proviene de la idea ancestral de cuando la Real Academia de la lengua Española se fundó allá por 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena.
Felipe V aprobó su constitución el 3 de octubre de 1714 y la colocó bajo su «amparo y Real Protección».
Su propósito fue el de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza». Se representó tal finalidad con un emblema formado por un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor, que la lengua «se debe cuidar» que «hay un correcto uso del lenguaje».
Quien escribe correctamente muestra que ha disfrutado de una escolarización adecuada, que ha leído libros y que tiene ejercitada la mente. Gracias a esa gimnasia podemos acceder a estadios de razonamiento y cultura más elevados. Quien no sea capaz de comprender algo tan básico como la escritura, quien no tenga garantizada en su infancia la educación adecuada para ello, pocos progresos más logrará en su vida intelectual.
“El lenguaje representa lo más democrático que la civilización humana se ha dado. Hablamos como el pueblo ha querido que hablemos. Las lenguas han evolucionado por decisión de sus propios dueños, sin interferencias unilaterales de los poderes; aún más: en un principio han impuesto los pueblos su lengua a los poderes”.
Que el español goza de buena salud, que está en expansión y que seguramente llegará a ser la lengua más importante del mundo, son algunas de las apreciaciones de poetas y escritores.
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Champú
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