Si usted no tiene contacto frecuente con los diccionarios y otros libros de referencia, es probable que el nombre de María Moliner Ruiz no le diga nada. En esta semblanza, el notable escritor y periodista colombiano García Márquez nos lleva de la mano a conocer la importancia y la magnitud de la obra de esta española, así como las repercusiones que ha tenido en el mundo de habla hispana.
Hace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a María Moliner. Encontrarla no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine. Por fin logré un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y él me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud.1 Este texto fue publicado en El País, el 10 de febrero de 1981, a dos semanas de la muerte de María Moliner. [Todas las notas son de la edición.]
Pensé que era una crisis momentánea y que tal vez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogotá, me llamaron por teléfono para darme la mala noticia de que María Moliner había muerto. Yo me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años.
María Moliner —para decirlo del modo más corto— hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua española. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi tres mil páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia Española, y —a mi juicio— más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: «dos varones, una hembra y el diccionario». Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esta respuesta.
Una proeza sin precedentes
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. O, como ella decía con mucha propiedad: «en el año 0». De modo que al morir había cumplido los 80 años. Estudió filosofía y letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en los duros años de la Guerra Civil en que no había mucho que comer.
El mayor se hizo médico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. Sólo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que le sobraba demasiado tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario.
La idea le vino del Learner’s Dictionary con el cual aprendió el inglés. Es un diccionario de uso; es decir, que no sólo dice lo que significan las palabras sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden remplazarse. «Es un diccionario para escritores», dijo María Moliner una vez, hablando del suyo, y lo dijo con mucha razón. En el Diccionario de la lengua española, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están a punto de morir, gastadas por el uso, y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un clavo.
Continúa leyendo la semblanza de María Moliner en la versión impresa de Algarabía 104.