Sabemos que el lenguaje es un ente vivo que constantemente se modifica. En algunas ocasiones —dentro de nuestro hablar coloquial— utilizamos palabras que no pertenecen directamente a nuestra lengua y que adaptamos para hacerlas parecer españolas. Esto ha sucedido desde siempre, ya que las lenguas nunca permanecen estáticas, sino que van de la mano con el tiempo que les toca vivir.
El lenguaje es una especie de fotografía de un pueblo determinado, en la que podemos observar sus modas, sus tendencias, su sentir y su pensamiento. Un ejemplo de transformación y adaptación de la lengua es el lunfardo, una jerga del bajo fondo porteño1 I. e. originario del puerto de Buenos Aires. que captó nueva terminología, la adaptó y la difundió, y hoy en día es hablada por muchos argentinos.
El lunfardo surge en el seno mismo de Buenos Aires en la década de los años 20, cuando los europeos descendían a tierra argentina con la esperanza de encontrar un futuro mejor y lleno de glorias. Familias enteras de españoles e italianos —en su mayoría—, pero también franceses, polacos y judíos se establecieron en el puerto de Buenos Aires.
Este gran crisol cultural dio como resultado una nueva forma de expresión y también permeó toda la cosmovisión que hasta ese entonces se tenía.
Imaginemos por un momento cómo serían los conventillos2 Conventillo: «casa de inquilinato o vecindad». del hoy pintoresco barrio de la Boca —que bordea el delta del Río de la Plata—: en los patios centrales, en las veredas, en las calles, los mercados y los prostíbulos se escuchaba un concierto de voces y acentos distintos, provenientes de países lejanos. Cada exiliado intentó conservar sus costumbres y reproducir su pueblo natal en la incipiente ciudad de Buenos Aires, ahondando en sus raíces, pero adaptándose a su nuevo entorno. «Se chamuyaba alverre por diversión».
El lunfardo nació en «cuna ranera», que hizo suya y le ayudó a crecer. Tambaleante, pero seguro de sus orígenes, fue colándose lentamente en el ingenio popular, para llegar a ser lo que hoy es: un léxico que hablan todas las edades y clases sociales porteñas. Esta jerga popular no sólo toma palabras de orígenes diversos y las hace propias, sino que también juega a intercalar las sílabas de su propia lengua.
El lunfardo se convierte en un vehículo social y generacional.
Se elige «charlar en lunfardo», ya que, si bien el hablante conoce el vocablo en español, prefiere, por decisión personal, utilizar un término lunfardezco con el afán de divertirse y disfrutar de la variedad lingüística. Así como los mexicanos utilizan palabras del caló o del uso popular como chido, chafa, escuincle, lana, chupó faros, etcétera; los argentinos de hoy siguen utilizando en su habla diaria y coloquial palabras del lunfardo, como guita, «dinero»; mina, «chava, vieja»; bancarse algo, «aguantarse»; laburar, «trabajar» —adaptación dialectal de lavurar, del italiano lavorare—, entre otras, gracias a que los jóvenes mantienen viva la jerga.
Desde sus orígenes estuvo cerca del tango y, si bien mucha gente lo asocia con este género musical, es importante hacer dos aclaraciones: la primera es que ambos son independientes y que el tango se puede escribir y cantar sin voces lunfardas. Sin embargo, el lunfardo ha podido superar esta barrera y acercarse a otros géneros musicales. Hoy, en Argentina, muchas bandas roqueras emplean términos del lunfardo como una forma de expresión que les da un sentido de pertenencia. También ha sido utilizado en la literatura argentina, por ejemplo, en la novela El juguete rabioso de Roberto Arlt.
La segunda aclaración es que el tango y el lunfardo no son característicos de toda la Argentina
Contrario a lo que tanto se cree, el tango y el lunfardo representan exclusivamente un modo de sentir porteño; aunque se han extendido por todo el territorio, no olvidan su lugar de nacimiento.
No obstante, es casi imposible pensar en el tango y no recordar alguna palabra del lunfardo o no asociarlo directamente con él, porque, si bien no son lo mismo, sí son primos hermanos e, innegablemente, van de la mano.
Regresemos con nuestra imaginación a los conventillos de los años 20. El tano, con su nostalgia, sentado bajo la sombra de un sauce tomando mate, de pronto, saca el bandoneón y entona algunas melodías; otros se unen a él. Extranjeros y argentinos, con los sentimientos a flor de piel y mezcolanza de vocablos, van uniendo sus voces. Estamos en los inicios del tango, que, como ya sabemos, nace también del arrabal. Los temas que se cantan son recurrentes: desamor, añoranza, tristeza, cafishos, prostitutas, compadritos, etcétera.
Tomaremos algunas frases de las letras de tangos y analizaremos los términos que pertenecen al lunfardo, pues aquí su sentido adquiere otra dimensión:
Se dio juego de remaye
cuando vos pobre percanta
gambeteabas la pobreza
en el barrio de pensión,
hoy sos toda una bacana
la vida te ríe y canta
los morlacos del otario
los tirás a la marchanta
como juega el gato maula
con el mísero ratón.
«Mano a mano» de Celedonio Esteban Flores
remaye, conocimiento cabal de una persona o una acción. // Entender bien algo.
percanta, amante, concubina respecto de su compañero. Vocablo con un sentido peyorativo y burlón que proviene del italiano percalera, «mujer humilde»; por lo tanto, al llegar a las tierras bonaerenses, se utilizó para denominar a las prostitutas.
gambeteabas, gambeta: movimiento que se hace con las piernas jugándolas y cruzándolas con aire, para regatear el cuerpo a fin de eludir algo, como un golpe o una persona.
morlaco, peso, unidad monetaria.
otario, tonto, imbécil, papanatas, infeliz, falto de espíritu. // Persona de poca experiencia en la vida. // Hombre al que las mujeres licenciosas le sacan su dinero, fácil de embaucar.
marchanta (a la), tirar a la marchanta, arrojar dinero, golosinas u objetos entre varias personas para que los hagan suyos los primeros que lo tomen. // Despilfarrar dinero, malgastar.
gato, persona que vale poco, pobre, un infeliz: «Es un pobre gato». maula, miedoso, cobarde —es muy despectivo—, cosa inútil y despreciable.