Uno de esos procesos para acoplar el idioma a sus usuarios es la derivación, mediante la cual se añaden sentidos nuevos a una palabra con la «simple» adición de un sufijo —elemento que se pega después de la raíz.
Con frecuencia, varios sufijos comparten un mismo matiz. Así sucede con los sufijos del español –ito, –illo, –uelo, que expresan una idea diminutiva1 En ocasiones, también expresan un matiz despectivo, en especial los dos últimos: hombrecillo, mujerzuela, etcétera. respecto a la palabra de origen: carro, carrito; chico, chiquillo, chicuelo; plaza, plazuela. Hay palabras formadas con estos sufijos diminutivos que ya se han desligado de su sentido «empequeñecedor», cobrando vida propia: bolsillo —derivado de bolso—, señorita —derivado de señora—, Venezuela —«la pequeña Venecia», etcétera.
El español mexicano hace uso frecuente del sufijo diminutivo en expresiones como «ahorita lo traigo», «al ratito nos vemos», «¿nos tomamos un cafecito?», «¡ya merito ganábamos!». Y, aunque a veces no sea tan sencillo explicar el sentido diminutivo en las expresiones que aparecen, sí nos es posible reconocer el sufijo –ito.
Al respecto, vean el romanceamiento de la lengua.
Nuestra lengua tiene también otro sufijo que forma diminutivos: –(c)ulus, –(c)ula, –(c)ulum; cuyo origen es el latín. Al pasar al español, muchas de las palabras derivadas de este sufijo fueron perdiendo su matiz diminutivo, que ahora es casi imperceptible para el hablante no especializado en asuntos lingüísticos. Conozcamos algunas de ellas.
La interacción con otras lenguas, la influencia de la moda, e incluso de idiosincrasias individuales, son aspectos que modifican las lenguas constantemente.
Podemos iniciar nuestro recorrido con los vocablos que, por tener como primer elemento una palabra conocida en español y, a sabiendas de que este sufijo suele formar diminutivos, pueden deducirse con un poco de atención, como: glóbulo, de globus, «globo, bola»; partícula, de pars, partis, «parte, porción»; versículo, de versus, «surco», «línea de escritura»; montículo, de mons, montis, «monte».
Hay otros que también son de uso común, aunque su deducción semántica se vuelve más compleja, como músculo, de mus, «ratón» —como si un ratoncito se escondiera bajo el bíceps—. En latín, caja se dice capsa, ¿qué será entonces una cápsula, sino una «cajita»? La cánula que usan los médicos es una delgada «caña» —canna—; la célula es una pequeña «celda» —cella—; una retícula es una «redecilla» —rete, «red»—; un homúnculo es un «hombre» —de homo— pequeño en cuanto a su tamaño, como los duendes, o en cuanto a su insignificancia.
Palabra diminutiva es también el sobrenombre de un emperador romano, Cayo Julio César Augusto Germánico2 Además, homónimo del célebre general romano conquistador de las Galias., hijo de Germánico. Calígula, según refiere Suetonio, es un apelativo que cariñosamente le dieron los soldados de su padre que, desde muy pequeño, lo vieron conviviendo con ellos en el campo militar y calzando, como ellos, sus caligae, una especie de bota militar.
¿Había imaginado que los escrúpulos fueran algo así como piedras en el zapato o que el corazón tuviera orejitas y pequeños vientres? ¿O que Calígula, cuyo nombre remite a una época de desenfreno, significara tiernamente «botitas»?
Éstas son las sorpresas y hallazgos que nos deparan las etimologías, de las que hemos mostrado sólo algunos ejemplos relacionados con las muchas palabras que poseen estos sufijos latinos. Seguramente ya habrán pensado en una o varias de uso común en su área profesional o en la vida cotidiana y, quizá, ya podrán entender, de otra manera, qué es un círculo, una partícula o un óvulo.
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