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¿Qué entiende usted por «flamenco»?

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En español, «ponerse flamenco» significa enojarse, ponerse bravo. «Que un tío se puso muy chulo», dirá un español, mientras que un mexicano del norte quizá diga «un vato se puso muy salsa». También se llama flamencos a unos pájaros rosados de grandes picos y largos cuellos, una especie de garzas que suelen pararse en una de sus patas flacas, el Phoenicopterus ruber roseus, para ser exactos.

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Además, el flamenco también es una lengua —o como se le llama al holandés que se habla en la región de Flandes—, y, desde luego, dentro del barroco hay una corriente artística conocida como flamenco, la cual, como su nombre lo indica, procede de Flandes —hoy Bélgica— y, aunque incluye escultura y arquitectura, los grandes maestros del flamenco fueron pintores.

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El epicentro de este estilo fue Amberes y comenzó a gestarse con Brueghel el Viejo en la primera mitad del siglo xvi; su época de esplendor fue durante el siglo xvii, con van Dyck, Teniers, Jordaens, Brueghel el Joven y Rubens —famoso por sus regordetas modelos desnudas, retratadas en cuadros como Las tres gracias o El rapto de las hijas de Leucipo—. Y, por si todo esto fuera poco, la palabra flamenco tiene un sentido más: el cante flamenco o cante jondo.

¿Por qué tan flamenco?

Pero, ¿por qué sus artífices se dicen flamencos si no cantan en un dialecto del holandés, no vienen de Flandes ni se paran en una pata como Ian Anderson, el flautista de Jethro Tull? Pues bien, resulta que el territorio conocido como Flandes pasó a formar parte del imperio español en el siglo xvi y esto originó un intercambio cultural entre ambas regiones.

Un ejemplo de este ir y venir fueron los extraordinarios cantantes de los Países Bajos que en aquellos años actuaron en las catedrales españolas y que impresionaron tanto a los peninsulares que la palabra flamenco empezó a usarse para designar a cualquier cantador notable, ya fuese cristiano, morisco o gitano; otra teoría apunta a que el uso de esta palabra deriva de la asociación del color rosado de las aves con el tono de la piel de los extranjeros de Alemania, Flandes o Hungría. También se dice que la palabra hispano-árabe fellahmengu —algo así como «campesino desterrado»— fue la que dio origen a la palabra flamenco.

La que me ha lavao el pañuelo / fue una gitana mora, / mora de la morería. / Me lo lavó en agua fría, / me lo tendió en el romero / y le canté por bulerías / mientras se me secó el pañuelo. Camarón de la Isla

El cante jondo —mejor sería llamarlo así—, a pesar de llamarse flamenco, no viene de Flandes, sino de España, particularmente de Andalucía. No tiene una fecha de cumpleaños ni nació un buen día, sino que se fue gestando durante siglos, desde que navegantes fenicios y griegos llegaron a las costas andaluzas. Auténtica encrucijada de civilizaciones, España ha visto pasar por su suelo a romanos, visigodos, árabes, africanos, judíos y gitanos, y estos últimos fueron quienes acabaron de darle forma al flamenco.

El primer nombre que se menciona en la historia de este género musical y dancístico es el de Abulhasam Alí Ben Nafí, mejor conocido como Ziryab, gran músico de la Córdoba musulmana de Abderramán ii, allá por el siglo ix. Mil cien años después, Paco de Lucía, uno de los más grandes guitarristas flamencos de todos los tiempos, llamará Zyryab a uno de sus discos como un homenaje al maestro. Si tomamos a Ziryab y a De Lucía como los extremos de esta historia, entre ellos hay una gran cantidad de acontecimientos y personajes.

De la Edad Media hasta hoy

En el siglo xiii, 
mientras en la
 España cristiana 
el rey Alfonso x
 «El Sabio» escribía
 sus Cantigas, en la España
 musulmana surgían las composiciones mozárabes conocidas como moaxaja, jarchya y zéjel.1 La moaxaja —del árabe muwashshah, que significa «adornado con un cinturón de doble vuelta»— es una composición poética culta propia de la España musulmana; su novedad radica en tres aspectos: el uso de versos cortos, las rimas cambiantes en cada estrofa y la mezcla de dos lenguas; la jarchya —o jarcha— está compuesta en dialecto hispanoárabe —o mozárabe— y constituye la parte final de la moaxaja; el zéjel fue, en principio, un género poético de la poesía mozárabe, formado por un estribillo y una mudanza que incluye un verso de vuelta. Después, tras la rendición de Granada y la 
inmigración gitana, el romancero
 español inspiraría los romanceros morisco y gitano; sin embargo, la estructura melódica y estilística de lo que hoy conocemos como flamenco no se dará sino hasta el siglo xvii. A estas alturas ya existían los principales ritmos —o palos— flamencos: la siguiriya, la soleá, los tangos, los fandangos,
 los cantes libres, las cantiñas, las bulerías y las saetas.

Sin embargo, no habían trascendido más allá de las tabernas y las ventas. Como Cádiz era el puerto adonde llegaban las cosas
 y las gentes del Nuevo Mundo, no podía faltar la aportación americana al flamenco, los llamados cantes de ida y vuelta: la guajira, la milonga, la vidalita, la colombiana y la rumba.

Dicen que duermes sola, / mientes como hay Dios, / porque de noche con el pensamiento / dormimos los dos. Manuel Molina

Para el siglo xix, el flamenco pasó de las tabernas a los llamados «cafés cantantes» —de los que quizá el más nombrado haya sido el famoso Café de Chinitas, en Málaga—, y el cantaor sevillano Silverio Franconetti se convirtió en la primera figura de una ya copiosa generación de cantaores y cantaoras —porque el flamenco siempre ha sido un arte para hombres y mujeres por igual—.

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De los cafés cantantes, el flamenco pasó a los teatros y fue visto por mucha más gente; sin embargo, esta difusión obró en contra del cante jondo, que estuvo cerca de desaparecer cuando un sector de la sociedad española no vio con buenos ojos a los gitanos
 y sobrevino una época de antiflamenquismo; incluso escritores de la generación del 98 como Pío Baroja, Azorín y Eugenio Noel se manifestaron en contra del flamenco porque encontraban escandalosa y afeminada la danza de los bailaores.

No fue sino hasta principios del siglo xx que esta percepción empezó a cambiar, gracias a que Manuel de Falla, Federico García Lorca y otros artistas, escritores e intelectuales granadinos celebraron el Concurso de Cante Jondo de Granada y encabezaron un movimiento reivindicador del flamenco.

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En los años 20, el cante jondo cambiaría de escenario una vez más y pasaría a los tablaos, que persisten hasta el día de hoy. Comienzan también las primeras grabaciones y, con ellas, se da a conocer una multitud de artistas. De esta época es el sevillano Manolo Caracol, quien pertenece a la dinastía de los Ortega de Cádiz, una familia de toreros y flamencos cuyo primer miembro, el tatarabuelo de Manolo, vivió a fines del siglo xviii y fue conocido como «El Planeta». En 1922, a los 13 años, Manolo ganaría el célebre Concurso de Cante Jondo de Granada.

La saeta, fruto flamenco de temporada

Entre los diversos estilos, cantes o palos de la baraja flamenca, existe uno que, a diferencia de todos los otros, solamente puede presenciarse en vivo durante cierta época del año: se trata de la saeta. Si conoces «La Saeta», de Joan Manuel Serrat, pues por ahí va la cosa.

Solamente en marzo o abril, durante las procesiones de Semana Santa, los cantaores o cantaoras entonan esta especie de siguiriyas dedicadas a Cristo o a la Virgen, desde los balcones o en las calles mismas. Expresión pura de fervor gitano, la saeta se entona sin acompañamiento alguno y es originaria de Jerez de La Frontera. Desde luego existen discos de saetas, pero uno que merece distinción es el álbum Sketches of Spain, de Miles Davis, en el que no hubo ningún cantaor, sino que la saeta es entonada nada menos que por su prodigiosa trompeta.

«La Saeta», de Joan Manuel Serrat:

Para conocer más sobre la historia del flamenco, consulta Algarabía 54.


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