Nos encanta ser anfitriones: apenas surge un motivo y ya estamos bien puestos para organizar la fiesta en nuestra casa. Nos gusta que al final los invitados se vayan contentos y con un buen recuerdo de nuestra atención. Esto nos motiva a volver a ser los anfitriones tan pronto como sea posible.
Pero, ¿por qué le llamamos anfitrión a quien recibe invitados en su casa? Aunque en el diccionario dice: «Anfitrión: De Anfitrión rey de Tebas, espléndido en sus banquetes», la realidad es que el origen del uso que le damos a la palabra nada tiene que ver con las pachangas que pudiera haber organizado este señor. Aunque para él, hubiera sido mejor que así fuera.
Todo comenzó en una de las intrincadas historias de la mitología griega. Alcmena, hermosa princesa de Micenas, era la mujer de Anfitrión, el valiente general de Tebas, hijo de Arceo —rey de Tirinto—. La valentía y estirpe de Anfitrión no fueron impedimento para que el prepotente Zeus, impresionado por la belleza de Alcmena, urdiera un plan para poseerla.
Aprovechando una noche en la que Anfitrión se dedicaba a sus deberes militares, Zeus hizo gala de sus habilidades taumatúrgicas, tomó la forma del desdichado esposo y, ni tardo ni perezoso, se acostó con Alcmena —quien para nada notó la diferencia… o tal vez sí—, logrando así satisfacer sus depravados deseos. De esa unión habría de nacer el legendario Hércules, pero ésa es otra historia.
Este drama no se le iba a escapar a Plauto (254-184 a.C.), dramaturgo cómico romano que retomó el tema y escribió la comedia Anfitrión. Mucho tiempo después, en 1668, el dramaturgo francés Molière recreó la comedia.
En la escena final se representa un banquete con todos los personajes, incluido Socia, mensajero del capitán Anfitrión, que no sabe si está con su verdadero amo o con el dios Júpiter —Zeus, entre los romanos—; cuando éste es invitado a la mesa, su preocupación termina y dice: «le véritable Amphitryon est l’Amphitryon où l’on dîne…», que podría traducirse como «el verdadero Anfitrión es con el que se cena».
La frase fue recibida con simpatía por el público, y pronto amphitryon se incorporó a la lengua francesa con el significado de «el que invita a cenar». Pasó un tiempo para que la palabra se incorporara al español: apareció por primera vez en el drae en la edición de 1869.