Para empezar, se debe definir qué es una lengua y ello nos lleva a otra labor: la de clasificarlas. En Algarabía, tomamos un fragmento del libro Las lenguas del mundo, de Carme Junyent, con el fin de que nuestros lectores se sumerjan en las fascinantes formas de las lenguas y en el orden en que se establecen.
Una clasificación tipológica se puede basar en cualquier característica previamente fijada. Podemos dividir las lenguas, por ejemplo, en lenguas tonales y lenguas no tonales, o lenguas con la oposición singular-plural y lenguas con la oposición singular-dual-plural, o lenguas con marca de número y lenguas sin marca de número, etcétera.
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La división tradicional en lenguas aislantes, aglutinantes y flexivas fue muy importante en el siglo XIX y dio lugar a un buen número de teorías extralingüísticas. El hecho de que Wilhelm von Humboldt afirmase que «la perfección presupone flexión» hizo pasar por alto otras afirmaciones que, de haberse tenido en cuenta, no habrían permitido el abuso que de esta clasificación se hizo a la hora de categorizar las lenguas en «mejores» y «peores».
Clasificación morfológica
También Von Humboldt defendía «la inexistencia de tipos puros en las lenguas», y en realidad la tipología morfológica de las lenguas ha de verse como un continuo que va desde lenguas fundamentalmente aislantes hasta otras fundamentalmente flexivas.
Una lengua aislante es aquella en la que todas sus palabras son invariables, o, dicho en otras palabras, carece de morfología. Uno de los ejemplos clásicos de lengua aislante es el chino, donde, por ejemplo, «grandes almacenes» es expresado así: Bǎihuò Shāngdiàn —literal: «cien-objetos-negocios- lugar»—. Posteriormente se ha comprobado que el vietnamita es aún más aislante que el chino, ya que, por ejemplo, todos los comparativos se forman con hon, así:
Y éstos son algunos colectivos:
Clasificación tipológica
Por otro lado, la clasificación tipológica apela a las características comunes entre las lenguas aun cuando su origen genético sea distinto.
En las lenguas aglutinantes, las palabras pueden estar formadas por varios morfemas, pero los límites entre éstos son siempre claros. Un ejemplo clásico de lengua aglutinante es el turco. En turco, los nombres varían, por ejemplo, según el número y el caso, y la forma de los morfemas tiene muy pocas variaciones; el morfema del plural es siempre –lar– / –ler– y se añade entre el sustantivo y los morfemas correspondientes al caso. Veamos, por ejemplo, la declinación de ev = «casa»:
Las lenguas flexivas, en cambio, se caracterizan por la inclusión de diferentes categorías en un morfo insegmentable. Un ejemplo clásico de lengua flexiva es el ruso —el español también lo es—. Si comparamos las declinaciones de stena = «pared», y dver’= «puerta», veremos que la segmentación en morfemas no es posible:
El tipo morfológico incide invariablemente en las posibilidades de variación sintáctica de la lengua. Es obvio que las lenguas aislantes tendrán una estructura sintáctica más rígida, puesto que la función de cada palabra dependerá de su posición en la frase. Pensemos, por ejemplo, en
el latín, otra lengua flexiva, donde la frase «Petrus amat Paulum» puede aparecer en todos los órdenes posibles, puesto que la marca de caso nos indicará siempre quién es el sujeto y quién el objeto:
Esta variación sintáctica no sería posible en, digamos, el chino, donde, por ejemplo, niao fei significaría «el pájaro vuela» y fei niao, «el pájaro volador». La invariabilidad en las palabras de las lenguas aislantes obliga a una mayor rigidez en su sintaxis.
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