Si bien no existe una sola respuesta para esta pregunta, este texto dará una idea de cómo empezó a gestarse el «triunfo» de esta lengua como moneda de intercambio cultural y comercial.
Sus orígenes —el periodo en que aparece plenamente identificado— se remiten a la época del Beowulf1, en el lejano siglo XI, y se considera que para el XV ya había adquirido plena conciencia de la necesidad de contar con una prosa más sofisticada, así como con un vocabulario más amplio y una estructura que respondiera a las posibilidades de la imaginación.
Llegado el siglo XVI, el inglés no había gestado su propio Dante y, a lo más, contaba con Chaucer y John Skelton, quienes a pesar de recibir los halagos de William Caxton —el primer impresor en Inglaterra y a la vez traductor y autor con méritos propios—, no habían logrado que el inglés alcanzara la excelencia del griego o el latín. Sin embargo, es en esta época cuando la conjunción de factores sociales, como la reforma religiosa, el avance del humanismo, la necesidad de mejorar la educación y difundir el conocimiento científico —en particular sus aspectos útiles para el comercio y la navegación—, propiciaron una revolución en el lenguaje que puso a Inglaterra a la vanguardia de la literatura europea.
El inglés, ese burdo lenguaje
En 1499, en el prólogo a The Contemplation of Sinners, el obispo de Durham comentaba haber escrito la obra intercalando textos en latín y en inglés, los primeros «para dar consuelo, por su parte, a los hombres de letras que entienden latín», y los segundos, dirigidos a quienes no entendían el latín, a pesar de que «nuestro burdo lenguaje nativo, en especial carente de medida, no puede concordar en todos los puntos con la perfección del latín».
En el Ordinall of Alchimy de Thomas Norton, escrito alrededor de 1474, su autor considera necesario esgrimir una justificación por su manejo de un «lenguaje plano y común», atribuyendo el hecho a que escribe para grupos de bajo nivel educativo. Prefiere escribir «en inglés tosco y burdo que sea entendido por diez mil legos, en lugar de los diez capaces hombres de letras, que podrían leerlo en latín».
La pobreza del inglés era fácil de explicar en esos tiempos: la literatura considerada de calidad y cuya temática abarcaba —o se reducía a— cuestiones filosóficas, religiosas, científicas y todo aquello vinculado con las artes liberales, se escribía en latín, francés o italiano. El inglés, aún inmaduro como lengua, a los ojos de muchos eruditos, […] seguía siendo víctima de la intromisión de por lo menos cinco lenguas, traídas por quienes en el pasado invadieron Inglaterra y sembraron el caos en los significados de las palabras que constituían «este burdo y simple inglés».
La reforma del inglés
Pero, como suele suceder —y es un caso ejemplar la evolución de un idioma aunado a la percepción de éste entre sus usuarios y entre quienes les resulta una lengua extranjera—, mientras la cuestión de su falta de refinamiento y elocuencia contaminaba a la nación, exhibiéndola como carente de la elegancia que otros países dispensaban en sus costumbres y lenguajes, surgieron otras voces que, con plena conciencia del lustre que emana de una nación orgullosa de su lengua, emprendieron la reforma y el enriquecimiento de la hasta entonces «ésta, nuestra bárbara lengua inglesa».
1 Poema épico anónimo, escrito en inglés antiguo, equiparable al Cantar de Mio Cid, en español.
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